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EL DELIRIO DEL GENERAL – Angel Yegros

05/05/2013

 

 

 

 

Museo Nacional de Arte, La Paz – Bolivia

Mai 2013

 

[sobre una idea de Juli Susin]
Curaduría – Expografía Cecilia Lampo, Joaquín Sánchez, Adriana Almada
Textos :  Adriana Almada, Juli Susin

Fotografía : Juli Susin, Arapy Yegros
Vídeo : Arapy Yegros Asistencia de producción Liliana Zapata Proyecto gráfico Tekoha
Museo Nacional de Arte : Curador José Bedoya
Agradecimientos : Edgar Arandia Quiroga Fundación Cinenómada para las Artes Embajada del Paraguay

 

Le Délire du Général

« C’était un de ces après-midi de janvier où l’air semblait se liquéfier en chaleur. Le Général mit son plus bel uniforme, congédia le chauffeur de service et fit lentement, à pieds, les 7 kilomètres qui le séparait de la maison. Il possédait une collection d’orchidées disait-on, la plus belle de toute la Rio del Plata. Et une orchiderie, laquelle ressemblait plus à un vivarium géant qu’à un jardin. Il lui arrivait d’envoyer un soldat chercher un spécimen perché parfois à des dizaines de mètres du sol. Depuis sa démission il s’absorba complètement dans une cohabitation étrange avec les plantes. On dit que rien qu’en regardant une plante il pouvait deviner si elle était de bonne ou de mauvaise humeur, qu’il affirmait qu’elles avaient une mémoire et une intuition prodigieuse et qu’elles pouvaient influencer le comportement des humains, les mettant sous hypnose. Il disait que les orchidées étaient particulièrement sensibles aux ondes émises par les instruments de musique et qu’elles pouvaient les garder en mémoire et les reproduire dans certaines conditions. Ses proches racontent que le Général s’enfermait des jours entiers dans son orchiderie, d’où parvenait par vague des préludes de Bach. On sait aujourd’hui que certaines espèces d’orchidées sont extrêmement sensibles à des ondes wifi et sont capables d’imiter certaines vibrations. On raconte qu’un jour le Général trouva un spécimen rarissime, une Arachnis, qui lui avait été montrée par un guide indien, dans la forêt en amont de Igwazu, à côté des ruines d’une mission jésuite, où 500 ans auparavant, les indiens, dans des ateliers dirigés par des jésuites, chantaient des messes baroques et fabriquaient des instrument de musique – flûtes, violons et violoncelles. D’après l’indien, cette rarissime orchidée tenait son nom de l’araignée qui fécondait la fleur tout en pondant ses propres œufs dans l’ovule charnu, guidée, comme hypnotisée par les vibrations que le calice de l’orchidée émettait en période de pollinisation, disait le Général. Le Général fit construire des bac et des caissons de résonnances, fixant à des fleurs des transistors et des micros. Il affirmait que les orchidées arachnides émettaient des fréquences, pour commencer peut être hétéroclites, mais par des croisement et en maintenant artificiellement les plantes en phase de pollinisation il allait arriver à les faire couvrir les 24 octaves. Il cultiva des centaines de plantes, d’après les dires de quelques proches, en essayant de leurs adapter des appareils de plus en plus sophistiqués. Parfois, tôt dans la matinée, derrière la jungle de son orchiderie devenue de plus en plus infranchissable, on entendait s’ajouter à la musique de Bach et aux opéras baroques, un charivari de voix, digne d’un asile de fou, et on entendait le Général hurler en une langue qui semblait être le latin. On dit aussi qu’un jour une vitre de la maison a été brisée d’un coup, par un effet de résonnance d’une des fleur, blessant le Général au visage. D’après lui, une des plantes voulait lui faire comprendre qu’il l’avait négligé trop longtemps. Après sa mort, pendant longtemps, personne n’osait affronter cette jungle où quelques plantes prospérait sur un régime d’algues et de tuyaux de caoutchouc en décompositions. Un ami du Général qui partageait sa passion pour des orchidées, récupéra ce qu’il pu dans cette jungle pourrie. Aujourd’hui la femme de cet ami, une grande et belle dame de 85 ans, vit au milieu de ce jardin. On dit que le rêve de toutes les femmes des ambassadeurs est d’être invité un jour par cette vieille dame dans sa villa, au milieu de cette espèce de toile d’araignée géante peuplée par des coiffes sombres d’orchidées endormies. »

 

 

Ángel Yegros pasa la mitad del día dentro de una pirámide. Es una estructura de hierro, sin paredes ni techo, que arqueólogos del futuro podrían interpretar como mobiliario obsoleto de Star Trek. Esta cámara abierta es, al fin de cuentas, un dispositivo de viaje. Cada día, en este sitio, Ángel Yegros ensaya ficciones a partir de historias reales. Revisita la infancia: el verde exuberante de los patios tropicales y la sombría rigidez de los cuarteles. Su padre, el General, sí que conocía la guerra. Había recorrido el teatro de operaciones mucho antes de la primera batalla. Cuando le tocó disparar morteros y cañones en el Chaco ya dominaba los accidentes del terreno, ya sabía controlar la sed y el sueño, el hambre y las alimañas. Había aprendido a hablar Maká y asistido al general Belaieff, estratega ruso que asesoraba al ejército paraguayo. Siempre dentro de su pirámide (a la que recientemente otro ruso, Juli Susin1, bautizó Time Machine), Ángel Yegros actualiza el recuerdo: entre vidrios rotos y metal oxidado aparece un gemelo de plata que el malogrado presidente Villarroel había regalado a su padre cuando éste cumplía funciones de agregado militar en Bolivia. La mujer del General estaba encinta por aquel entonces y el último de sus hijos, que parecía destinado a nacer en La Paz, sólo podría llegar aquí setenta años después. Ahora.

 

El Delirio del General

 

« El General tenía puesto su uniforme de gala. Era una siesta de enero y el aire parecía derretirse. Despidió al chofer y comenzó a caminar lentamente los siete kilómetros que lo separaban de su casa. Se comentaba que tenía la más hermosa colección de orquídeas del Río de la Plata. Y un orquidario que parecía más un vivarium que un jardín. No era raro que encomendara a sus soldados subir a buscar especies a decenas de metros del suelo. Tras su renuncia al Colegio Militar se sumergió en una extraña cohabitación con las plantas. Con sólo mirarlas, ya sabía si estaban de buen o mal humor. El General sostenía que las orquídeas tenían memoria e intuición y que, bajo hipnosis, hasta podían influenciar el comportamiento humano. Aseguraba también que las flores eran particularmente sensibles al sonido de los instrumentos musicales y que podían recordarlo y reproducirlo bajo determinadas condiciones. Hoy se sabe que algunas especies de orquídeas son muy receptivas a las ondas wifi y son capaces de emitir ciertas vibraciones. El General se encerraba días enteros en el orquidario, de donde provenían oleadas de perfume y preludios de Bach. Un día encontró un espécimen rarísimo, una Arachnide. Se la había mostrado un guía indígena, en las selvas del Yguazú, cerca de las ruinas de una misión jesuítica donde cinco siglos antes los guaraníes cantaban misas barrocas y fabricaban flautas y violines en madera de guayaba. Esta orquídea sorprendente llevaba el nombre de la araña que fecundaba la flor, poniendo sus propios huevos en la vulva carnosa, guiada por las vibraciones que el cáliz emitía en período de polinización. El General hizo construir recipientes y amplificadores, y colocó transistores y micrófonos a las flores. Creía que las Arachnides desprendían frecuencias en principio heteróclitas y que, mediante cruces y manteniendo artificialmente la fase de polinización, podrían llegar a cubrir las 24 octavas. El General cultivó miles y miles de plantas, experimentando en ellas los dispositivos más sofisticados. A veces, temprano en la mañana, desde de la jungla en la que se había convertido el orquidario, llegaban acordes de Bach sobre un fondo de voces y gritos propios de un asilo de locos. Y se oía al General aullar en una lengua parecida al latín. Cierto día, uno de los vidrios de la casa estalló a causa de la resonancia de una flor, hiriéndolo en la cara. El General comprendió de inmediato. No eran los fantasmas de la guerra (ésos que lo habían perseguido en las trincheras y en la cama), era el reclamo de una planta abandonada. Tras la muerte del General, nadie se atrevió a enfrentar esa jungla donde, en un régimen de algas y tubos de caucho en descomposición, una telaraña gigante enredaba la sombra de tantas orquídeas dormidas. »